Las malas cuentas del PAN en el municipio por Otto Granados Roldán
Hasta hace unos años, tanto los aguascalentenses por nacimiento como los inmigrantes hemos mirado tradicionalmente a nuestra ciudad capital como un paisaje bucólico en el cual todas las pinceladas arrojaban casi una tarjeta postal cuya esencia era el lema de la tierra y la gente buenas. En la medida en que otras capitales se fueron deteriorando y la calidad de vida decreció notablemente, el caso de Aguascalientes sobresalió gracias al tamaño del estado, las facilidades de la comunicación terrestre, la relativa homogeneidad étnica y gracias también a que sus gobiernos, en especial desde principios de los ochenta hasta finales de los noventa, mantuvieron una continuidad básica en la aplicación de políticas públicas efectivas.Fuente: El Heraldo de Aguascalientes, columnas Otto Granados
Con la alternancia de los últimos doce años las cosas fueron modificándose –y para mal, de acuerdo ya casi con todos los reportes y evidencias disponibles– no tanto por el cambio político mismo sino principalmente por la incompetencia de quienes llegaron al relevo gubernamental. En la gran mayoría de los casos, la incapacidad profesional, la falta de preparación académica, la excesiva ambición monetaria y la marcada propensión a entender y ejercer el poder como botín provocó que la acción de gobierno se caracterizara por una elevada ineficiencia, la cual, a su vez, explica que algo huela a podrido en la ciudad y obliga, desde luego, a que las autoridades informen a la comunidad qué es lo que han hecho todos estos años –o dejado de hacer– como para que los resultados sean tan mediocres.
La muestra más reciente la ha ofrecido un diario de la ciudad de México. El domingo pasado, Reforma divulgó su tercera encuesta sobre calidad de vida en las 36 principales ciudades mexicanas con más de 150 mil habitantes. Se trata de un ejercicio que desde el año 2001 evalúa la opinión de la gente sobre 21 aspectos e indica dónde se está bien, dónde regular y dónde francamente mal. En principio, las noticias para el municipio de Aguascalientes son preocupantes. Veamos.
En 2001 Aguascalientes resultó la ciudad con mejor calidad de vida, pero en 2003 cayó al segundo lugar y ahora, en 2007, al cuarto. De las 36 ciudades incluidas, 32 subieron y sólo 4 bajaron en el índice: Durango, Morelia, Tijuana y, por supuesto, Aguascalientes.
Si bien es cierto, como se muestra en el cuadro siguiente, que solamente en un factor –infraestructura urbana– aparece la ciudad en primer lugar nacional (y muy considerablemente debido a la enorme inversión pública y a la planeación que hicieron otros gobiernos estatales y municipales), y que en otros cuatro como servicios públicos, entretenimiento, actividades culturales y transporte público, está entre la 2º y la 5º mejor calificadas, en otros 16 renglones la posición de la capital del estado está por debajo de ciudades que hace pocos años no pintaban como Colima, Mérida, Culiacán, e incluso, Juárez y Pachuca.
Si se analiza bien esta información, el lector podrá darse cuenta de que hay fenómenos que son señales de alerta. Por una parte, se sabe ya que hay un problema de seguridad pública, donde Aguascalientes se ubica en el 8º lugar, y en oportunidades de empleo, donde salimos en el 12º sitio, pero lo interesante es que este par de indicadores ayudan a comprender otros datos novedosos –para mal– en el municipio. Por ejemplo, en servicios de salud caímos al 8º lugar; en oportunidades de vivienda al 8º y en el factor que mide la opinión que tenemos acerca de la comunidad y de los vecinos, es decir qué tan buena opinión tenemos acerca de los demás, bajamos al lugar número 14, lo que implica una pérdida seria de confianza social e interpersonal. Como lo han demostrado muchos estudios en el mundo el debilitamiento de las redes de confianza es uno de los signos más evidentes de daño de una ciudad, estado o país.
Y el otro dato sintomático es aún peor: Aguascalientes es la 7ª ciudad en la república con mayor nivel de estrés: casi el 20 % de la población local confiesa que todos los días se siente estresada, un porcentaje más alto que en Tijuana, Toluca, Culiacán, o Juárez, es decir, en ciudades que se supone mucho más agitadas que la nuestra.
Por otra parte, el estudio arroja más variables donde la calificación es poco satisfactoria por decir lo menos. En calidad del aire en el lugar número 9; en abasto de bienes básicos, en el 8, y en instituciones educativas en el 8. Y como colofón, un dato que es central desde el punto de vista político: cuando se investigó acerca del nivel de calidad que según los ciudadanos tienen los gobiernos municipales, el de la ciudad de Aguascalientes salió en el lamentable lugar número 11 a nivel nacional, por debajo de Villahermosa, Colima, Mexicali, Tuxtla, Querétaro, Colima, Chihuahua, Xalapa, Veracruz y Saltillo.
Es verdad que, no obstante estos datos, algunas de la variables no son responsabilidad directa de las autoridades y que Aguascalientes sigue siendo todavía un lugar mejor que otros para vivir, pero el dilema crucial es que si antes estábamos en el primer lugar en muchos indicadores ¿por qué hemos caído en estudio tras estudio, reporte tras reporte, informe tras informe? Lo más grave es que en estos temas pasa lo mismo que con la economía: cuando no se tiene nada, cualquier avance y cualquier progreso son espectaculares, pero cuando se ha estado en el liderazgo nacional cualquier descenso y cualquier retroceso se perciben como una pérdida brutal que puede anticipar mayores daños.
Cuando se saben estas realidades y se comparan con las ofertas de campaña de los candidatos del partido gobernante –PAN– lo menos que puede decirse es que el nivel de cinismo se ha vuelto inadmisible y condenable. Aguascalientes tuvo en el pasado buenos alcaldes y aún está a tiempo de frenar la descomposición. Las elecciones sirven para eso: para elegir, pero también para ajustar cuentas. Los responsables municipales de estos años y sus candidatos están en la obligación política y moral de dar una explicación acerca de su ineficacia. Y los ciudadanos tienen todo el derecho de exigir responsabilidades y sancionarlos electoralmente como mejor les parezca. Al final del día, lo que está en juego es el presente y el futuro de una ciudad que, ahora, parece estar en riesgo.
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